“- No sé en qué momento empecé a reírme, pero lo hice. Reír
dolía, me dolían la mandíbula, las costillas, la garganta. Pero reía y reía. Y
cuanto más reía, más fuerte me pateaba, me pegaba, me arañaba.
Otra costilla rota. Lo que me resultaba tan divertido era
que, por primera vez desde el invierno de 1975, me sentía en paz.”
“- Dios existe, así tiene que ser, y voy a rezar, voy a
rezar para que me perdone por haberlo olvidado durante todos estos años, para
que me perdone por haber traicionado, mentido y pecado con impunidad, y por
volver a Él sólo en los momentos de necesidad; rezo para que sea tan
misericordioso, benevolente e indulgente como su libro dice que es. Me inclino
hacia el este, beso el suelo y prometo que practicaré el zakat, el namaz, que
ayunaré durante el ramadán y que seguiré ayunando después de que el ramadán
haya pasado, me comprometo a memorizar hasta la última palabra de su libro
sagrado y a peregrinar hasta aquella ciudad abrasadora en medio del desierto y
a inclinarme delante de la Ka'ba. Hare todo eso y pensaré en Él a diario a
partir de este instante si me concede un único deseo: mis manos están manchadas
con sangre de Hassan; rezo a Dios para que no permita que se manchen también
con la sangre de su hijo.”
“- Miré a Sohrab. Una de las comisuras de su boca había
cambiado de posición y se curvaba hacia arriba.
Una sonrisa.
Torcida.
Apenas insinuada.
Pero sonrisa.”